Evangelio de hoy 11 de octubre 2024

11 de octubre de 2024

Lc 11, 15-26

En aquel tiempo, habiendo echado Jesús un demonio, algunos de entre la multitud dijeron:
—Belzebú, el propio jefe de los demonios, le da a este el poder para expulsarlos.
Otros, para tenderle una trampa, le pedían que hiciera alguna señal milagrosa de parte de Dios. Pero Jesús, que conocía sus intenciones, les dijo:
—Si una nación se divide en bandos, se destruye a sí misma y sus casas se derrumban. Por tanto, si Satanás actúa contra sí mismo, ¿cómo podrá mantener su poder? Pues eso es lo que ustedes dicen: que yo expulso los demonios por el poder de Belzebú. Pero si Belzebú me da a mí el poder para expulsar demonios, ¿quién se lo da a los propios seguidores de ustedes? ¡Ellos mismos serán los jueces de ustedes! Ahora bien, si yo expulso los demonios por el poder de Dios, es que el reino de Dios ya les ha llegado a ustedes.
Cuando un hombre fuerte y bien armado guarda su mansión, su propiedad está segura; pero si otro más fuerte que él llega y lo vence, entonces le quita las armas en las que confiaba y reparte como botín todos sus bienes.
El que no está a favor mío, está contra mí; el que conmigo no recoge, desparrama.
Cuando un espíritu impuro sale de una persona y anda errante por lugares desiertos en busca de descanso y no lo encuentra, se dice a sí mismo:
«Regresaré a mi casa, de donde salí».
Y si, al llegar, la encuentra barrida y arreglada, va, reúne a otros siete espíritus peores que él y todos juntos se meten a vivir allí, de manera que la situación de esa persona resulta peor al final que al principio.

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Hay una reviviscencia de lo demoníaco en nuestra realidad sociocultural. En ciertos ambientes se habla de esto cultivando miedos inútiles, en otros se tiende a ridiculizar el tema. Hay también grupos que realizan incluso prácticas satánicas. Nuestra certeza es que con el «dedo de Dios» (Lc 11,20), es decir, con el poder del Altísimo, Jesús, vivo en la Palabra y en las realidades sacramentales de la Iglesia, sigue saliendo vencedor sobre el maligno. Por consiguiente, quien de manera decidida está de su parte y vive con él, nada tiene que temer.
Con todo, es preciso salir de toda mentalidad ambigua, porque o estás con él o contra él. Satanás está «bien armado», pero Dios es mucho «más fuerte» que él, con todas las consecuencias que ello implica (Lc 11,23). «Como león rugiente anda rondando, buscando a quién devorar» (1 Pe 5,8), pero sigue siendo siempre una criatura a la que el «dedo de Dios» somete y destroza como una pajuela. Belzebú es el desesperado por excelencia, que «anda por lugares áridos» y no encuentra paz (Lc 11,24), de ahí que su estrategia de «mono de Dios» –como le llamaban los Padres antiguos– sea hacerse semejante a él. Dios hace al hombre semejante a su ser amor y alegría; Satanás, si no consigue hacernos desesperados como él, pone todos los medios para conseguir echarnos al menos en el desánimo. En virtud de la muerte y resurrección de Jesús, ha perdido la guerra, pero es en este tipo de batallas donde todavía puede vencer. En consecuencia, hemos de estar atentos a la casa de nuestro corazón. Aunque esté «barrida y adornada», Satanás la asedia continuamente con sus ejércitos. Las armas para resistirle son la fe y la oración en la que se expresa la fe.
Creer que Jesús ha aceptado ser «por nosotros maldición, pues dice la Escritura: Maldito todo el que cuelga de un madero» (Gal 3,13) es pedir la gracia de ser fortificados y salvados por él: ésa es nuestra certeza. «El príncipe de este mundo [uno de los nombres de Satanás] va a ser arrojado fuera. Y yo [ha dicho Jesús], una vez que haya sido elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí» (Jn 12,32). En consecuencia, es mirándole a él, crucificado y resucitado, con confiados ojos de fe, como se abren horizontes de paz para nosotros, bendecidos por Dios (Gal 3,9). Por el contrario, el conjunto de nuestras obras no vivificadas ni dinamizadas por el Espíritu mediante la fe se convierte en terreno propicio para las artes del maligno.

Soledad Torres Acosta

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