Lc 11, 42-46
En aquel tiempo, dijo el Señor:
—¡Ay de ustedes, fariseos, que ofrecen a Dios el diezmo de la menta, de la ruda y de toda clase de hortalizas, pero no se preocupan de mantener la justicia y el amor a Dios!
Esto último es lo que deberían hacer, aunque sin descuidar lo otro.
¡Ay de ustedes, fariseos, que les gusta ocupar los lugares preferentes en las sinagogas y ser saludados en público!
¡Ay de ustedes, que son como sepulcros ocultos a la vista, sobre los que pisa la gente sin saberlo!
Uno de los doctores de la ley le contestó:
—Maestro, diciendo esto nos ofendes también a nosotros.
Pero Jesús continuó:
—¡Ay también de ustedes, doctores de la ley, que cargan a los demás con cargas insoportables que ustedes mismos no están dispuestos a tocar ni siquiera con un dedo!
____________________________________
La Palabra de Dios se muestra siempre viva y eficaz. Sin embargo, hay momentos en los que casi parece empeñarse con tesón en ponernos ante nuestro pecado de una manera que parece implacable. Las requisitorias de Pablo al comienzo de la Carta a los Romanos son duras, severas: nadie ha de gloriarse ante Dios. En el evangelio, Jesús nos hace comprender también que precisamente los que se creen justos y desprecian a los otros andan muy lejos de serlo. La condición para ser liberados del pecado es, por tanto, admitir que somos pecadores. Ahora bien, eso no es nunca motivo para dejarnos caer en la tristeza o en el desánimo, sino más bien para hacernos tomar una conciencia más aguda de lo grande que es la misericordia de la que somos objeto en Cristo Jesús. Hoy, en el clima de permisividad que se propaga, el criterio de moralidad parece estar tomado de un pasotista «lo hacen todos», pero no es ésa la escala de valores con la que hemos de medirnos si queremos ser de Cristo. La grandeza del hombre viene dada por su libertad y, en consecuencia, por su responsabilidad.
Rechazar la perspectiva del juicio es rechazar la dignidad de la persona. En efecto, también hemos de reconocer nuestras culpas lealmente, sin llamar bien al mal. Es noble reconocerse pecador, si esto supone el primer paso para la conversión. El camino del arrepentimiento nos hace conocer la tolerancia, la paciencia y la bondad como rasgos del rostro de ese Dios que se nos ha revelado en Jesús como la verdad que nos hace libres.
Margarita María de Alacoque