Evangelio del viernes 20 de diciembre 2024.

Lc 1, 26-38

En aquel tiempo, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a Nazaret, un pueblo de Galilea, a visitar a una joven virgen llamada María, que estaba prometida en matrimonio a José, un varón descendiente del rey David. 
El ángel entró en el lugar donde estaba María y le dijo: 
—Alégrate, favorecida de Dios. El Señor está contigo. 
María se quedó perpleja al oír estas palabras, preguntándose qué significaba aquel saludo. 
Pero el ángel le dijo: 
—No tengas miedo, María, pues Dios te ha concedido su gracia. Vas a quedar embarazada, y darás a luz un hijo, al cual pondrás por nombre Jesús. Un hijo que será grande, será Hijo del Altísimo. Dios, el Señor, le entregará el trono de su antepasado David, reinará eternamente sobre la casa de Jacob y su reinado no tendrá fin. 
María replicó al ángel: 
—Yo no tengo relaciones conyugales con nadie; ¿cómo, pues, podrá sucederme esto? 
El ángel le contestó: 
—El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Dios Altísimo te envolverá. Por eso, el niño que ha de nacer será santo, será Hijo de Dios. 
Mira, si no, a Isabel, tu parienta: también ella va a tener un hijo en su ancianidad; la que consideraban estéril, está ya de seis meses, porque para Dios no hay nada imposible. 
María dijo: 
—Yo soy la esclava del Señor. Que él haga conmigo como dices. 
Entonces el ángel la dejó y se fue.

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El anuncio del oráculo de Isaías está vinculado al texto evangélico de Lucas por la interpretación profética que la Iglesia le ha dado refiriéndolo al nacimiento del Hijo de Dios, Salvador de todos los hombres. Su venida ha cambiado la historia profana en historia de salvación, y la vida de cada ser humano está destinada a la comunión con Dios, por la obra mediadora de Jesús de Nazaret. Dios se revela y manifiesta no tanto en la contemplación de la creación, en la investigación filosófica o en la experiencia religiosa universal, sino en la historia de Jesús, hijo de María, de un hombre que se proclama “Hijo”, enviado por el Padre en total dependencia amorosa de él y que la Virgen Madre ha acogido y dado al mundo. 
En esta historia es donde irrumpe Dios trascendente y misericordioso para insertarse en la historia de los humanos y salvarlos, elevándolos al nivel superior del Espíritu, en la fe y el amor. Nosotros creyentes, convertidos en amigos de Jesús, somos introducidos a la comunión con Dios Padre, a través de la profundización de la vida de fe y amor vivida en fidelidad al evangelio. Esta vida de unión con el Señor se logra con la interiorización de la Palabra de Dios, como hizo la virgen María. 
La vida contemporánea, desgraciadamente, atenta flagrantemente contra la vida interior. Todo invita a la dispersión. Si no logramos recoger nuestras almas, reflejar a Cristo a fondo, no tendremos la más mínima posibilidad de alcanzar la verdad y la fe. En este camino tenemos a María como guía y ejemplo.

Domingo de Silos

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