En nuestra comunidad parroquial. Siempre insistimos en la importancia que tiene para la vida del cristiano católico la Palabra de Dios. Desde esta convicción en que siempre estamos animando a formar grupos en donde se ore, se medite y se ponga en práctica lo que ella nos dice. No son reuniones para adquirir ciencia sino ante todo para caminar en esta vida como hijos de Dios invitados a entrar un día en su Reino.
Siguiendo a Cantalamessa también nosotros afirmamos y creemos que la Biblia contiene la Palabra viva de Dios. Que es un libro «inspirado», esto es, escrito, sí, por autores humanos, con todos sus límites, pero con la intervención directa de Dios. Un libro humanísimo y, a la vez, divino, que habla al hombre de todos los tiempos, les revela el sentido de la vida y los anima a cruzar el umbral de la muerte con la certeza de la vida eterna.
Sobre todo, les revela el amor de Dios. Si todas las Biblias del mundo, decía san Agustín, por alguna desgracia, fueran destruidas y quedara una sola copia, y de ésta ya no fuera legible más que una página, y de tal página sólo una línea, si esta línea es la de la primera Carta de Juan donde está escrito: «Dios es amor», toda la Biblia se habría salvado, porque se resume en esto. Ello explica por qué tantas personas se encaminan a la Biblia sin cultura, sin grandes estudios, con sencillez, con fe en que es el Espíritu Santo quien habla en ella, y ahí encuentran respuestas a sus problemas, luz, aliento, en una palabra: vida.
En el paso mes de setiembre en los encuentros de formación bíblica que ofrecimos aquí en la Catedral para las comunidades de Florida insistíamos en las dos formas de acercarse a la Biblia -la erudita y la de fe – y decíamos que ellas no se excluyen; es más, deben mantenerse unidas. Es necesario estudiar la Biblia, los modos en que se hay que interpretarla (o tener en cuenta los resultados de quienes así la estudian), para no caer en el fundamentalismo. El fundamentalismo consiste en tomar un versículo de la Biblia literalmente y aplicarlo tal cual, a las situaciones de hoy, sin considerar la diferencia de cultura, de tiempo, los distintos géneros literarios de la Biblia.
Por otro lado, sin embargo, reducir la Biblia a un mero objeto de estudio y de erudición, permaneciendo neutrales ante su mensaje, significaría matarla. Sería como si un novio que ha recibido una carta de amor de su novia se pusiera a examinarla con el diccionario, desde el punto de vista de la gramática y de la sintaxis, y se detuviera en estos aspectos, sin percibir el amor que contiene. Leer la Biblia sin fe es como abrir un libro en plena noche: no se ve nada, o al menos no lo esencial. Leer la Escritura con fe significa leerla con referencia a Cristo, captando, en cada página, aquello que tiene que ver con Él. Igual que Él hizo con los discípulos de Emaús.
Jesús se ha quedado entre nosotros especialmente de dos maneras: en la Eucaristía y en su Palabra. En ambas está Él presente: en la Eucaristía en forma de alimento, en la Palabra en forma de luz y de verdad. La Palabra tiene una gran ventaja sobre la Eucaristía. A la comunión no se pueden acercar más que los que ya creen y están en estado de gracia; a la Palabra de Dios, en cambio, se pueden acercar todos, creyentes y no creyentes, casados y divorciados. Es más, para llegar a ser creyentes, el medio más normal es precisamente el de escuchar la Palabra de Dios.