En el lenguaje común de nuestras comunidades solemos emplear indistintamente como si fueran sinónimos la expresión Biblia y Palabra de Dios. De algunos agentes de la pastoral nos llegan la pregunta: ¿es lo mismo la Biblia que la Palabra de Dios? El 30 de setiembre (2019) el Papa Francisco instituyó el domingo de la “Palabra de Dios” que toda la Iglesia celebra el tercer domingo del tiempo ordinario. De nuevo, el tema sobre Biblia y Palabra de Dios parecieran ser una misma realidad y es como muchos cristianos lo viven.

Propongo a continuación algunas reflexiones que nos permitan comprender la diferencia entre Biblia y Palabra de Dios, sobre todo que sea una ayuda para los agentes de pastoral en el momento de proponer la Palabra de Dios como verdadera fuente de auténtica transformaciones en las distintas pastorales.

BIBLIA

Biblia es una palabra de origen griego (el plural de biblion, ´papiro para escribir´ y también ´libro´), y significa literalmente los libros. Del griego, ese término pasó al latín, y a través de él a las lenguas occidentales, no ya como nombre plural, sino como singular femenino: la Biblia, es decir, el Libro por excelencia. Con este término se designa ahora a la colección de escritos reconocidos como sagrados por el pueblo judío y por la iglesia cristiana. Para nosotros los católicos nuestro libro por excelencia consta de 73 libros. Son libros sagrados porque reconocemos que ellos fueron inspirados por el Espíritu Santo. Ellos comunican inmutablemente la palabra del mismo Dios y hacen resonar la voz del Espíritu Santo en las palabras de los profetas y de los apóstoles. En los sagrados libros el Padre que está en los cielos se dirige con amor a sus hijos y habla con ellos (cf. DV 21).

A la Biblia se le da también el nombre de Sagrada Escritura; ésta es una denominación más eclesial, más teológica. Es un Escrito sagrado, no es un libro cualquiera, tiene un valor sagrado.

Con todo esto, podemos afirmar que la Palabra de Dios no es identificable propiamente con la Biblia. La Biblia contiene la Palabra de Dios, pero la Palabra de Dios trasciende el libro.  No se puede confundir el libro (la Biblia) con la Palabra de Dios.

La característica específica del cristianismo está resumida en la afirmación hecha por el teólogo Söding, experto en el Nuevo Testamento y citada por Koch: «El cristianismo tiene una Sagrada Escritura, pero no es una religión del libro. El corazón del cristianismo es una Persona: Jesús de Nazaret. A través de Él se realiza la unión entre lo humano y lo divino, entre Dios y el ser humano» (KOCH: “El anuncio de un Dios que habla”, en Boletín Dei Verbum 1 -2012- 5). El cristiano considera la Biblia como vehículo privilegiado de la Palabra de Dios, pero el cristianismo no puede definirse como religión del libro (cf. VD 7).  La Palabra escrita no encierra materialmente el Misterio, lo anuncia y celebra, pero no es todo el Misterio. 

El libro sagrado (la Biblia) es un momento de la Palabra de Dios.  Nuestro Dios es una Persona, un ser viviente que habla, escucha y comunica. De ahí que la Palabra de Dios es mucho más que una palabra. Es el ser mismo de Dios en su actividad. Más claramente aun es Dios mismo en cuanto actúa y se dirige ad extra, siendo la Palabra suprema y extrema Cristo Jesús: Dios dicho y comunicado en la historia, asumiendo nuestra naturaleza humana, naciendo de una mujer. La Palabra de Dios es por tanto una realidad viva que a lo largo de la historia de salvación se ha ido comunicando por medio de la Tradición apostólica; a esta dinámica de la Palabra pertenece su forma escrita: la Biblia o la Sagrada Escritura. 

 «El libro representa el momento de la transcripción “permanente” de un encuentro, de un “evangelium scriptum in cordibus fidelium” [“evangelio escrito en los corazones de los fieles”]. Las Escrituras forman la estructura más íntima del pueblo de Dios y de la iglesia viviente: no es un producto a priori, del cual se engancha el pueblo en un segundo momento, como de afuera. Sino que son expresión del pueblo generado en torno a la Palabra, convocado por la Palabra, anunciador, en el corazón y por escrito, de las grandes gestas de Dios. No se puede separar la Biblia del camino de la historia (y de un pueblo) bajo la guía de la Palabra. Los libros sagrados son por lo tanto condensación del filón subterráneo del ethos del pueblo, son explicitación y tematización de su conciencia religiosa. Sólo en el adentro de la comunidad que espera y aguarda, que recuerda y vive, los textos son elocuentes y retornarán elocuentes».[1]

PALABRA DE DIOS

San Juan afirma que la “Palabra se manifestó” (cf. Jn 1,14; 1Jn 1,2), «la Palabra eterna y definitiva de Dios es Jesucristo pleno de Verdad y Vida que, al hacerse carne, se ofrece en diálogo y amistad a todo ser humano (Jn 1,1.14). Cualquier otra realidad de la que se diga que es “Palabra de Dios” es por analogía,[2]  y su analogado principal es la Palabra del Padre, Jesucristo (Verbum Domini 7).

Se puede afirmar categóricamente que la “Palabra de Dios” es la Persona Divina del Hijo en cuanto pronunciada por Dios al modo humano (encarnación) y cuyo contenido está en relación intrínseca con el mismo ser y querer de Dios para la humanidad, es decir, con su “verdad salvífica” (revelación que salva). Esta Palabra es la definitiva de Dios (cf. Verbum Domini 121) no sólo porque él se dice a sí mismo de una vez para siempre (dimensión escatológica), sino porque él se dice a sí mismo de modo total o absoluto en Cristo (dimensión cristológica). La Palabra de Dios, por tanto, es la presencia solícita de Dios en su Hijo hecho hombre con la intención de comunicarnos, en categorías humanas y para el ser humano, su ser y querer salvífico.

Como atestigua la Escritura, la sabiduría divina es misteriosa (cf. 1Co 2,7) y «Dios habita una luz inaccesible» (1Tim 6,16; 1Jn 4,4.20): sólo el Hijo lo conoce y lo ve (cf. Jn 6,46). Él es el “testimonio veraz” del Padre y el mediador para poder tener acceso al Padre y para hacerse “atraer” por el Padre (cf. Jn 6,43). Misterio que nos viene dado en un libro (la Biblia) que recoge una experiencia: esto es, descripción parcial, fragmentaria, con lagunas, de una experiencia intensa e inexpresable, antes que nada, vivida, y luego sólo en parte contada y escrita. La Biblia como libro es mediación para el encuentro con la Persona de Jesús y el encuentro con Jesús trae la vida en abundancia (cf. Jn 10,10).

Jesucristo que es la Palabra por excelencia de Dios Padre. El Logos es antes, en y después del libro (la Biblia). Por tanto, la Palabra de Dios contenida en la Escritura está llamada a ser el “alma” de toda pastoral o la “savia” que llena de vitalidad la vida de la Iglesia haciendo vivir en todos los “discípulos-misioneros” una auténtica experiencia de Resurrección.[3]

Encontramos pues en la Biblia, la Palabra revelada de Dios Padre. Palabra que sólo Dios puede decir. Dios la dice a través de los textos sagrados que la Iglesia ha reconocido como sagrados (cf. DV 8). Una Palabra inaudita que dice al hombre lo que sólo Dios puede decir y puede actuar. Sólo Él puede tocar el corazón de las personas en aquello decisivo que nadie más puede lograr y en donde nadie más puede actuar la salvación. Desde esta convicción el cometido que tiene la ABP es ante todo poner al hombre en relación íntima y auténtica con esta Palabra salvadora, es decir, en comunión con Dios.

Pbro. Dr. César Buitrago

BIBLIOGRAFÍA EMPLEADA

BUITRAGO LÓPEZ, César. Fontalidad de la Palabra de Dios en vista a la nueva evangelización, T. II, CELAM, Colección de autores Nro. 59. Bogotá 2019. Pág. 132-139.

SILVA RETAMALES, Santiago: “La Palabra de Dios en la V Conferencia de Aparecida”, en CELAM, Testigos de Aparecida, 96-97).

LEVORATTI, Armando. ¿Qué es la Biblia? El significado de la palabra Biblia, en: https://vivelabiblia.com/que-es-la-biblia/


[1] Secondin, Intervención en la Pontificia Universidad Lateranense sobre el tema del Sínodo de los Obispos del 2008, “La Palabra de Dios en la vida y misión de la Iglesia”. 5 de diciembre de 2007.

[2] Los obispos reunidos (octubre 2008) en el Sínodo sobre la Palabra de Dios, en el mensaje que dirigieron a toda la Iglesia, no se refirieron sólo a la Sagrada Escritura, sino al mismo tiempo a la voz (revelación), el rostro (Cristo), la casa (Iglesia) y los caminos (misión) de la Palabra.

Después Benedicto xvi, los desarrollaba en VD dividida en tres partes: Verbum Dei (6-49); Verbum in Ecclesia (50-89); Verbum Mundo (90-120).

[3] «Las apariciones del Resucitado y el don del Espíritu los impulsan a confesar la victoria de la vida sobre el pecado y la muerte. Ante el mundo se hacen testigos de la presencia viva del Señor, y de que sólo Él, es “el Camino, la Verdad y la Vida” (Jn 14,6), el único que tiene “palabras que dan vida eterna” (Jn 6,68), el único pan bajado del cielo que da la vida al mundo (cf. Jn 6, 33). Quien cree en Él no morirá para siempre (cf. Jn 6, 50); quien come su cuerpo y bebe su sangre, tiene vida eterna (Jn 6,40.54).

El Padre, que ha resucitado a su Hijo, le concede un nombre “que está por encima de todo nombre” para que todos reconozcan “que Jesucristo es Señor para gloria de Dios Padre” (Flp 2, 9-11). Desde entonces, la existencia del Señor exaltado junto a su Padre es para siempre “pro-existencia salvífica”, es decir, Vida del Resucitado ofrecida como don para el mundo» (cf. Silva Retamales: “La Palabra de Dios en la V Conferencia de Aparecida”, en celam, Testigos de Aparecida, 96-97).

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *