Mc 9, 38-40

En aquel tiempo, dijo Juan a Jesús: 
—Maestro, hemos visto a uno que estaba expulsando demonios en tu nombre y se lo hemos prohibido, porque no es de los nuestros. 
Jesús contestó: 
—No se lo prohíban, porque nadie puede hacer milagros en mi nombre y al mismo tiempo hablar mal de mí. El que no está contra nosotros, está a nuestro favor.

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La verdadera riqueza consiste en la posesión de la felicidad personal y, al mismo tiempo, en tener la mirada dirigida hacia los otros. Ciertamente, no es posible medir, por nuestra parte, lo que conseguimos dar ni, sobre todo, cómo damos, porque los listones o los programas telemáticos tienen una acción limitada dentro de nuestros esquemas. Con todo, podemos saber qué sentimiento nos impulsa a dar gratuitamente, qué hay de verdad en nuestro corazón que hace saltar el muelle del don. Si bien nada ni nadie está en condiciones de evaluar nuestros sentimientos, siempre hay, a pesar de todo, Alguien al que no se le escapa nada que tenga que ver con nosotros. 
Cuando obramos en la caridad de Cristo, de inmediato se nos sugiere el movimiento siguiente, de inmediato entra en acción nuestra fantasía y nos hace realizar cosas que nunca hubiéramos pensado. Con frecuencia, nos sorprende que otros estén en condiciones de llevar a cabo gestos de amor mayores que los nuestros. 
Es precisamente en este punto donde nace el verdadero sentido de la comunidad, de ese encuentro de personas que –reunidas en el amor oblativo– tienen como dinamismo vital al Espíritu Santo, el cual obra y realiza su verdadera misión: «Donde dos o tres estén reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos», dice el Señor Jesús. Tenemos grandes ejemplos en nuestra historia de personas que, en apariencia, «nos dejan» para «dedicarse» a los demás. ¡Cuántas vidas escondidas salen a la luz incluso después de haber dejado este mundo! 
El Señor sabe encontrar los modos de no dejarlas para siempre en el silencio. Una mirada de amor hacia el otro, una atención dirigida a quien se encuentra menesteroso y en medio de la necesidad, no pueden ser «arrebatadas» por la racionalidad humana: necesitamos dejar que sea el Señor quien nos revele cuál es el verdadero bien para cada uno de nosotros y para todos.

Alejandro

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